Volver a mí

Empieza a brotar la imperiosa necesidad de traerte de regreso, de ver la vida a través de tus ojos. De parar el tiempo observando el universo de las hormigas y fundirme con los infinitos e increíbles colores y formas que se dibujan en el cielo para disfrutar uno de los tantos regalos que me ofrece Dios cada día. Oler el final del verano en las primeras lluvias que anuncian la llegada del otoño.

Qué tiempos aquéllos en los que no tenía noción del tiempo ni de separación entre las hormigas y un «yo», cuando al observarlas pasaba a formar parte de su universo. Cuando al oler la tierra mojada se abrían espacios infinitos donde sentía todo mientras la lluvia me respiraba y me invitaba a celebrarme.

Me estoy sumergiendo en las profundidades de la miserable percepción que te ha mantenido fuera de mi alcance. Ya me harté profundamente de tenerte en el olvido, de no reconocer la magnitud de lo que llevas contigo y lo que tienes por dar. Te creí tan separada de mí sin darme cuenta que era ese «mí», «yo», «mío» lo que nos separaba. Porque olvidé lo que aprendí cuando recordé que podía serlo todo.

La herida primigenia

La aflicción de todas las heridas provenía de la herida primigenia. La de creerme separada de la creación. La de no reconocerme como la creadora, lo cual hizo que experimentara la división con el Todo que nos constituye.

Mi anhelo no había sido el de desear sentirme querida, mi anhelo era el de querer saber quién soy, el de reconectarme con mi esencia y sentir no el amor de nadie, sino mi ser y la naturaleza inherente a él. Simple y resumidamente me faltaba yo. Y en la incapacidad de percibir la carencia del amor propio he buscado en otros incansablemente lo que no podía darme a mi misma, proyectando mi dolor sobre ellos, culpándolos de hacerme daño y no saber quererme. Y nada ni nadie me ha hecho daño salvo mi creencia de no sentirme suficiente. El no darme el espacio que necesitaba para expresar el contenido que porta mi alma y poder dar a luz los frutos creativos que esperan ser manifestados para crear una realidad alineada al amor del que provengo.

La vida siempre ha estado ahí esperando mi despertar, para que la luz que brota al quedar descubierta la herida sea fuente de amor y refugio donde se recuperan las partes dañadas de mi psique. Y con todo mi ser íntegro y recompuesto ponerme al servicio de la vida ofreciéndole la creación de un mundo repleto de esplendor.

La falta de Amor

En las profundidades de mi ser se encuentran las huellas que me hablan de la necesidad de cariño, de afecto y de dulzura que reclaman y piden a gritos mi piel y mi corazón. Un dolor que aprendí a camuflar a la perfección creando un personaje para no parecer vulnerable y para evitar sumergirme en las profundidades de ese mismo dolor. Hasta que un día cayó la máscara en un momento de lucidez y me llevó a la comprensión de ese pesar que habitaba en un lugar insondable de mi corazón. Y me encontré de frente con la vulnerabilidad que esquivaba inconscientemente para anestesiar la tristeza, el desconsuelo y la aflicción por la añoranza y el anhelo de un amor que no sentí recibir.

Esa falta de afecto marcó sobremanera mi vida guiándome a buscar ese amor en la mirada de cualquiera y contentándome y alimentando mi alma con migajas creyendo no merecer más que eso. Nunca se me ocurrió pensar que el problema no estaba en mí, que yo era válida y valiosa y que merecía ser querida y tratada con ternura. Nunca se me ocurrió pensar que el problema es que hay personas que son tan pobres de mente y de espíritu que no saben dar lo único que nunca se agota que es el amor. Nunca se me ocurrió pensar que eso que reclamaba fuera tenía que dármelo yo. Y eso es porque siempre creí que no era digna de ser amada, que no merecía ser bien tratada, que algo malo tenía que tener que justificase la falta de amor que tanto marcó mis días. (…) Continúa…

La Realidad

Si pudiésemos ver la REALIDAD tal cual, seríamos conciencia pura y nos sobraría el cuerpo que habitamos con sus múltiples funciones para interpretar la vida y experimentarla desde eso que interpretamos.

Estamos en un video juego, cuando dejas de interpretar un determinado personaje de los muchos que usamos dejas de cocrear con otros intérpretes y se acaba la partida. Y no porque se acabe el juego, si no porque te sales de él. Y te sales cuando te das cuenta de que no hay nadie jugando salvo tú, que no hay otros, que has estado utilizando a los «otros» según el grado de disfuncionalidad que padezcas para maldecirte o bendecirte.

Y si tienes la fortuna de darte cuenta de ello te liberarás de tus creaciones de mierda, porque para entonces ya te habrás dado cuenta de que la única REALIDAD es una nada absoluta en la que tu plasmas el contenido de tu mente. Y si llegas hasta aquí y eres un poco avispado igual te das cuenta de que no es que te sobre el cuerpo, es que ni siquiera tienes un cuerpo como tal. Y esto sería tan obvio como que si no hay otros, tampoco hay un tú.

Sólo existimos como pensamiento de una conciencia única e infinita jugando en una sala de espejos.

Bodhi

Con tu sigiloso paso llegas sin aviso a irrumpir en mis momentos, sin permiso me regalas tu infinito amor, tu bondad y tus misterios.

Te recoges en mi regazo mostrándome la belleza del silencio, y de todo aquello que no tiene precio.

Te abrazo, te acaricio, sabiendo que en ti no existen apegos.

Sin decir nada lo expresas todo con tu mirada, en tus ojos cristalinos está impresa la belleza de tu alma.

Presencia pura, efímero tiempo, qué importante es sentir cada momento. (…) Continúa…