Empieza a brotar la imperiosa necesidad de traerte de regreso, de ver la vida a través de tus ojos. De parar el tiempo observando el universo de las hormigas y fundirme con los infinitos e increíbles colores y formas que se dibujan en el cielo para disfrutar uno de los tantos regalos que me ofrece Dios cada día. Oler el final del verano en las primeras lluvias que anuncian la llegada del otoño.
Qué tiempos aquéllos en los que no tenía noción del tiempo ni de separación entre las hormigas y un «yo», cuando al observarlas pasaba a formar parte de su universo. Cuando al oler la tierra mojada se abrían espacios infinitos donde sentía todo mientras la lluvia me respiraba y me invitaba a celebrarme.
Me estoy sumergiendo en las profundidades de la miserable percepción que te ha mantenido fuera de mi alcance. Ya me harté profundamente de tenerte en el olvido, de no reconocer la magnitud de lo que llevas contigo y lo que tienes por dar. Te creí tan separada de mí sin darme cuenta que era ese «mí», «yo», «mío» lo que nos separaba. Porque olvidé lo que aprendí cuando recordé que podía serlo todo.