En las profundidades de mi ser se encuentran las huellas que me hablan de la necesidad de cariño, de afecto y de dulzura que reclaman y piden a gritos mi piel y mi corazón. Un dolor que aprendí a camuflar a la perfección creando un personaje para no parecer vulnerable y para evitar sumergirme en las profundidades de ese mismo dolor. Hasta que un día cayó la máscara en un momento de lucidez y me llevó a la comprensión de ese pesar que habitaba en un lugar insondable de mi corazón. Y me encontré de frente con la vulnerabilidad que esquivaba inconscientemente para anestesiar la tristeza, el desconsuelo y la aflicción por la añoranza y el anhelo de un amor que no sentí recibir.
Esa falta de afecto marcó sobremanera mi vida guiándome a buscar ese amor en la mirada de cualquiera y contentándome y alimentando mi alma con migajas creyendo no merecer más que eso. Nunca se me ocurrió pensar que el problema no estaba en mí, que yo era válida y valiosa y que merecía ser querida y tratada con ternura. Nunca se me ocurrió pensar que el problema es que hay personas que son tan pobres de mente y de espíritu que no saben dar lo único que nunca se agota que es el amor. Nunca se me ocurrió pensar que eso que reclamaba fuera tenía que dármelo yo. Y eso es porque siempre creí que no era digna de ser amada, que no merecía ser bien tratada, que algo malo tenía que tener que justificase la falta de amor que tanto marcó mis días. (…) Continúa…