El gato de Schrödinger

Ayer me invitaron a un taller de sanación cuántica. Sí, ya sabemos que últimamente el término ‘cuántico’ está en boca de todos… La sesión estaba dirigida a un grupo de personas mayores, entre 70 y 80 años, personas del mundo rural, gente sencilla y trabajadora. Así que me intrigó la mezcla aparentemente explosiva entre ambos elementos.

Hay que aclarar que este taller se hacía en el marco de unas jornadas de Mindfulness (sí, hijo, sí… También está en boca de todos esto del Mindfulness estos días en que la Matrix se derrumba y se deshace como un azucarillo en un café)

En la sesión el tipo comenzó impeliendo a los asistentes a que, cerrando los ojos, recordasen y reviviesen el trauma más profundo de su vida, que volvieran a aflorar la emoción negativa, el dolor, la desolación interior que sintieron en ese momento.

Pasado el rato, y cuando ya la gente estaba mal de forma clara y evidente, al tener que revivir esas emociones (algunos se pusieron a llorar)… el tipo va y suelta lo del gato de Schrödinger: que si hay un gato en una caja cerrada con tapa, y puede estar vivo y muerto a la vez, porque hay un vial con veneno, y puede que el gato esté muerto o no. Y que tan solo cuando se abre la tapa las dos realidades colapsan y convergen en una sola. Pero luego se lió el solo, porque dijo que también era posible que en realidad las dos líneas se desarrollasen de forma paralela sin que desapareciera ninguna.

Madre mía… Y todo esto dirigido a un grupo de abuelos jubilados del mundo rural.

Y al final el tipo terminó diciendo que todo ese sufrimiento que experimentaban los abuelos formaba en realidad parte de la realidad que no debían haber escogido. Que deben coger la otra y ya se habrán sanado entonces de forma cuántica. Al final el tipo repartió tarjetas para concertar citas individuales.

A mí no me ha acabado de convencer, además de que soy alérgico a los gatos. Así que no le cogí la tarjeta.

Al salir del centro cultural vi de pasada los libros que tenía expuestos en venta, vigilados por un asistente, y leí de reojo los títulos que allí ofrecía, todos escritos por él: «El Secreto», «El Poder del Ahora», «Yo Decreto»… Este último me hizo detenerme y leí con estupor lo que ponía en la contraportada:

» ‘Yo Decreto’ es el libro que cambiará tu vida para siempre: sólo necesitarás repetir con emoción desbordada y de forma repetitiva la frase ‘Yo decreto…tal cosa’ y toda la insoportable realidad que puedas estar padeciendo desaparecerá en breve. Puedes decretar lo que quieras: que vuelva una novia que tuviste y te abandonó, que desaparezcan todas tus multas de tráfico como si nunca las hubieras tenido, que en una semana se cancele la hipoteca del banco…. No hay límites. Ya lo dijo Jesucristo: si supierais quiénes sois de verdad, haríais lo mismo que yo e incluso más. En este libro de decretos te enseño los secretos que empleaba Jesucristo.»

Le pregunté al asistente que vigilaba el tenderete si podía pagarle los treinta euros que cuesta el libro en la otra línea de tiempo del gato, y me dijo que no: que no aceptaba tarjeta, y que tenía que pagárselo aquí y ahora en efectivo. Yo que, para algunas cosas, soy muy digno, le respondí: «Qué poca espiritualidad veo por aquí». Y me marché a paso lento, digno, como un virya de los Mundos Superiores.

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