La aflicción de todas las heridas provenía de la herida primigenia. La de creerme separada de la creación. La de no reconocerme como la creadora, lo cual hizo que experimentara la división con el Todo que nos constituye.
Mi anhelo no había sido el de desear sentirme querida, mi anhelo era el de querer saber quién soy, el de reconectarme con mi esencia y sentir no el amor de nadie, sino mi ser y la naturaleza inherente a él. Simple y resumidamente me faltaba yo. Y en la incapacidad de percibir la carencia del amor propio he buscado en otros incansablemente lo que no podía darme a mi misma, proyectando mi dolor sobre ellos, culpándolos de hacerme daño y no saber quererme. Y nada ni nadie me ha hecho daño salvo mi creencia de no sentirme suficiente. El no darme el espacio que necesitaba para expresar el contenido que porta mi alma y poder dar a luz los frutos creativos que esperan ser manifestados para crear una realidad alineada al amor del que provengo.
La vida siempre ha estado ahí esperando mi despertar, para que la luz que brota al quedar descubierta la herida sea fuente de amor y refugio donde se recuperan las partes dañadas de mi psique. Y con todo mi ser íntegro y recompuesto ponerme al servicio de la vida ofreciéndole la creación de un mundo repleto de esplendor.